martes, 29 de abril de 2014

papel mojado


Camilo permaneció sentado y la micro ya se alejaba del paradero donde debía bajarse. Iba junto a la ventana y lo miraba por el reflejo, unos puestos más atrás. El sol le pegaba fuerte en la cara, pero no era capaz de cambiarse a la sombra. No se atrevía a cruzarse con su mirada ni mucho menos que se diera cuenta de su llanto. Sintió de pronto cómo algo por dentro, a la altura del pecho, amenazaba con salirse. A veces creía sentir la respiración de él en su cuello, justo en la nuca, como si lo tuviera tan cerca para solo voltearse y volver a besarlo. Sus sienes retumbaban y ya veía por el vidrio alejarse cada vez más de su casa, con él adentro. Se arrepintió entonces de nunca haberle preguntado a su madre qué se hacia cuando el pecho se quebraba. Tuvo ganas de bajarse y correr donde fuera. Quizás llegar a esa casa lejana, más allá de las casitas clonadas en bloque, más allá de los kilómetros cementados, subiendo el mismo cerro que alguna vez subió durmiendo, con los ojos tan apretados para no perder la imagen: enormes arboles con la madre en medio, esperando sin saber qué pero esperando. Y verla justo antes de esconderse el sol encerrarse en su casa, mirando el vacío de adentro, ordenando una y otra vez la posición de cada juguete, peluche. Con una cama pequeña tan quieta y sus ganas de querer arrullar el cuerpecito que la desordene. Entonces la vio tomar un enorme trozo de cartón y comenzar a dibujar en el una pequeña figura de bracitos finos y piernas largas. Con un lápiz de color, pintarle la ropa, detallarle los zapatitos y luego, con gran delicadeza, formarle un rostro. Lo recortó y una vez viendo tanta ternura en las líneas que formaban sus ojos y boca, lo tomó en sus brazos y le cantó una canción de cuna. Camilo vio que ella seguía esperando algo. Lo acariciaba. Pasaba sus manos sobre el cartón como si tratara de calmar a un niño o despertarlo de su sueño profundo. Pero el niño de cartón continuaba sólo siendo eso. Ella lo dejó sobre la cama con mucho cuidado y tomó un trozo de papel. Dibujó un corazón y lo tiñó de rojo. Con un alfiler clavó el corazón de papel sobre el pecho del niño de cartón, sonriendo luego de ver cómo la carita comenzaba a cobrar movimiento y los ojos humedeciéndose por si solos. Camilo vio que el niño la miraba hipnotizado, con el seño triste y unas lagrimas corriéndole por sus mejillas. El cartón de su cara se humedecía con las líneas de su llanto y al caer las gotas, llegaban justo sobre su corazón de papel. La madre, desesperada al ver deshacerse el papel teñido de rojo por tanta humedad, tomó rápidamente otro trozo de papel. Asustada volvió a dibujar un corazón; el niño de cartón había vuelto a ser solo eso. Porque aquí no hay hadas para cumplir sus deseos. Lo recortó y volvió a clavárselo al pecho. Otra vez la vida, pero siempre manifestada en llanto. Cientos de veces Camilo la vio dibujar y clavarle un corazoncito de papel, deshaciéndose cada uno con lágrimas del niño de cartón. Camilo quiso llegar donde ella y preguntarle si a él le pasaría lo mismo por llorar tanto, preguntarle también cómo sanarlo, volviéndolo a poner en su lugar. Pero seguía el sol pegándole en la cara y la micro avanzando. De pronto se cansó de llorar y se percató por el reflejo que él ya no estaba. Se puso de pie y comprobó que definitivamente se había bajado de la micro. Camilo también se bajó y cruzó una calle. Más allá la vio caminar con el niño de cartón. La vio tomada de su manito y quiso seguirla hasta el fin. Camilo le preguntó el nombre de su hijo y la mujer le pidió que él lo nombrara. Camilo sonrió y la madre lo tomó también a él de la mano. El niño de cartón lloraba y Camilo quiso preguntárselo, pero no podía, algo sentía que comenzaba a deshacérsele por dentro.

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