martes, 29 de abril de 2014

agustin y lucas


No sé nada sobre él. Su enorme cuerpo blanco lo conozco entero. La medida de sus 20 dedos me los aprendí de memoria. El tiempo que lleva pagándome apenas ha podido servirme para memorizar sus centímetros, desde el diámetro de sus bíceps hasta los milímetros que separan sus arrugas en la frente. Pero no sé si realmente se llama Agustín, nunca he querido preguntarle en qué parte del barrio alto vive ni si es casado o soltero; nunca me ha dicho si sólo le gustan los chicos. Sobre su gusto sólo creo saber que prefiere que se lo meta fuerte desde el primer instante hasta que ya no aguante más.  Porque dice que le duele mucho, pero lo aguanta y así le gusta siempre que me llama. El jugo de frambuesas y arándanos son sus preferidos, con 2 hielos y siempre se toma 3 vasos antes de recostarse junto a mí. Me dice que le excita mucho cuando le muerdo los bíceps. Lo noto cuando gime: es aún más grave el sonido que le resuena en la garganta, casi gritando y me mira mientras clavo mis dientes en la dureza tibia del brazo, siempre tan tenso y atravesado por venas gruesas.  Cuando se monta sobre mí pareciera que una bestia agitada quisiera asfixiarme. Su peso me vuelve adicto y la tensión con la que me abraza parece estar siempre al límite de la estrangulación . Lo quisiera como una visita diaria, pero debe tener sus asuntos, quizás una familia o tal vez otro chico que sí sea su enamorado. Me gusta creer que conmigo lo pasa mejor que con él. Pero ni si quiera sé si ya tiene algún romance. Si fuera por los centímetros suyos que memorizo, no sabría nada, absolutamente nada de él.

Hoy soñé con su enorme culo. Soñé que me metía entero y por dentro podía medirle los diámetros de su concavidad. Agustín disfrutaría mucho tenerme completamente adentro suyo. Siempre me dice que lo meta más fuerte, como si fuera a partirlo y desarmarnos para quedarme pegado a sus vísceras. Me lo dice y yo no quiero parar. Hoy también no quiero detenerme encima de él, pero los miércoles no son días que me llame, Lucas ya está agendado y no podría fallarle; ha sido muy amable conmigo este último tiempo.
 Lucas ya casi ni me toca, sólo quiere escucharme. La cantidad que paga es suficiente como para hablarle de lo que pida por 2 horas. Pero sé que mientras le relate cosas a Lucas, Agustín estará al revés de mi frente, pegado, adherido con su cara de alemán cansado. Sin embargo, Lucas me entretiene. Seguramente llegará cansado porque su familia lo tiene estresado con la idea de unas lindas vacaciones. Me dijo que quieren salir de país para viajar por varios otros. No se queja de plata, sino de tantos días que tendrá que soportar los caprichos de su esposa y las mañas de sus 6 hijos. Le incomoda que vaya la nana con ellos, pero al menos, me ha dicho, que no será tan pesado, aún más pesado, cargar con toda esa responsabilidad de jefe de hogar fuera del país. 
Lucas es más relajado, a pesar de su condición “heterocomediante”, como se dice, no tiene problemas con hablarme de su vida matrimonial y los momentos paternales justo ahora que 3 de sus hijas son ya adolescentes. Es un exigente. Con su mujer lo es y sobre todo con las niñas. A veces le pregunto si su esposa sigue dispuesta a tener más hijos. Son jóvenes y parecen tener un mega proyecto familiar que, a su gran pesar, pretende aumentar cuantitativamente la familia.


Me acaba de enviar un mensaje. En 5 minutos estaciona el auto y sube. Una música ni tan reactivante ni muy somnolienta pide siempre para poder conversar. El pelo me lo debo echar hacia atrás; dice que le gusta verme cada expresión del rostro cuando le converso. Una vez me dijo que mis cejas eran cercos que no le permitían desviar su mirada de mis ojos. A mi me pone nervioso a veces. Aun después de tanto tiempo, que insista con mis ojos me pone un poco tenso.
El timbre es tan molesto y lo toca 3 veces, como si existiera una clave tacita entre los dos. Me miro un minuto antes al esspejo. Ni una sola chasquilla sobre la frente y la sonrisa muy fresca. Le abro la puerta y me entrega una caja parecida a caja de zapatos. Seguramente pensó en este verano y la nueva vestimenta con la que querrá pasearme luego por alguna playa, como me ha dicho. Son unas sandalias que me trajo de Quito. Rasgo aun más mi sonrisa fresca y le invito un té. Se sienta siempre al mismo costado derecho del sillón, observando una microbiblioteca que tengo a una esquina del departamento.
-Debí traerte libros. O al menos un libro y el par de sandalias; tu librerito sigue igual, con los mismos ejemplares de hace un mes.
-Leo en el computador. Me basta el PDF. Pero sandalias y libros son buenos regalos.


Me mira las manos que no las dejo de entrelazar dedo con dedo. Nunca sé cuándo quiere comenzar la conversación pactada o si ya la hemos iniciado al momento de abrirle la puerta. No estoy seguro si quiere hablar de libros y sandalias, de los regalos posibles para mí y su insistente presunción de poder regalarme lo que sea. Pero revuelve por tercera vez su taza de té y me siento a su lado. Le agradezco con un beso en la mejilla por el regalo y me pie disculpas.
-Yo creo que debe incomodarte que siempre te hable de ella.
-Claramente no soy tu psicólogo ni quiero serlo, pero dime; jamás me han aburrido las historias familiares. Hasta me hacen reír.

Se bebe el ultimo sorbo de té de una vez. Deja la tacita en la mesa improvisada de centro y pone su mano en mi rodilla izquierda. Me acaricia la rodilla. "Me gustan tus pequeñas rodillas, Camilito”. Es lo único que dice sonriendo. Esta vez tiene la mirada menos dirigida y algo más acuosa. Le brillan mucho y la nariz se le parece irritar. Prefiero pasarle un pañuelo desechable “Porque quizás la alergia de verano te tiene congestionado”. Sin embargo, y sacando su billetera del maletín me muestra una foto rota.
-Me pilló. Me pilló pero creyó hasta el final que era por otra mujer. Yo no le quise decir que no era otra mujer. Pero pensé que la vería mucho más destrozada si le contaba lo nuestro. Vio mi mail. Leyó nuestros mensajes y, como hemos cuidado la pronunciación de tu genero en cada mensaje, no sospechó si quiera que me gustaba un chico de la misma edad de Bastiancito, con más cara de bueno y más cariñoso. La pobre lloraba desconsoladamente ¿Tú sabes cómo llora una mujer desconsolada? Quizás con tu mamá lo has comprobado, porque Emilia llora igual que mi madre cuando mi padre amenazaba con irse de casa. ¿Te imaginas qué sentí cuando me dijo que le avergonzaba que yo fuera el padre de nuestros hijos? ¿te imaginas que podría sentir un padre?
-Mi padre obligaría a mi mamá a perdonarlo porque debe estar seguro que sin él todo se va a la mierda. Mi madre lo ha dicho y yo les creo. Son unos hiperdependientes.
-No.
-¿No qué?
-Ni obligarla a perdonarme ni llanto de mi parte ni si quiera una sola suplica de silencio para explicarle mejor las cosas. En un momento me dijo que me fuera de casa, pero luego se arrepintió. ¿Sabes lo que se me vino a la mente durante esos minutos antes de que se arrepintiera de echarme? Quizás qué vas a pensar de mí, Camilito, pero es la verdad y sabes que contigo me gusta la verdad.
-Cuéntame nomás.

Sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo del pantalón y encendió torpemente, un poco tembloroso, hasta que pegó una profunda bocanada. No quiso mantener su mirada en la mía y la clavó en sus lustrosos zapatos de charol en punta.
-Quise correr de esa casa. Quise aferrarme a las llaves de mi auto y partir donde sea. Alejarme de esa casa, de sus llantos, del quejido próximo de los niños al darse cuenta. Quise venir donde ti y contarte todo esto, pero además y, por sobre todo, tratar de que me entiendas, quizás sólo desahogarme, con esta enorme necesidad de huir de casa, sin hijos, sin esposa, sin vacaciones de verano, sin nada más que la mierda que me da vueltas en el cerebro y, por supuesto, poder verte más seguido, sin tanto cuidado. Pero lejos, muy lejos de la ciudad, de hecho. ¿Irías conmigo?


Debía ya ir en busca de más té, pero antes de levantarme le dije que lo debía pensar. No quise pensar nada en el trayecto y sólo le serví su té para decirle que en un rato más hay una linda obra de teatro cerca del departamento. Le conté un poco de qué se trataría y sonrió al final de mi propuesta. Sacó su billetera nuevamente, pero esta vez sin fotos de por medio, sino, más bien, la cantidad acordada por este momento. Volvió a sonreír y me dijo que lo lindo que me veía hoy. Comenzamos a conversar de nuestros gustos por el teatro y sobre una obra que no costaba más de mil pesos ir a ver.
-Eres el único que me distrae de tanta mierda familiar. Ya te tengo tanto cariño.

Guardé los billetes, estirados como me gusta, entre un libro que ya no leo desde el colegio.
-La obra dura un poco más de hora y media y acá ya llevamos varios minutos, así que ya sabes…

Sonrió nuevamente, me acarició el pelo y volvió a abrir su billetera. Nos pusimos de pie para salir de una vez por todas y mi celular no tenía ni una sola llamada perdida de Agustín. A Agustín le gusta poco el teatro, pero tenerlo ahí tan próximo sin mucha luz y nada más que los actores dialogando, me hubiese parecido una escena más en medio de las otras, pero mucho más erótica y menos distanciada de los espectadores. Lucas sólo me entretiene con sus dramas caseros y lo extraño que le parecen las cosas que lo invito a ver. Ya mañana, quizás, Agustín quiera llamarme para morderle una y varias veces más su bíceps que tengo perfectamente medidos y memorizados. Lucas enciende el auto y me besa la frente. “Olvidémonos del güeveo familiar; ese otro teatro que dices debe ser mucho más divertido y menos complicado”. Tiene aún la vista cristalina y la nariz algo irritada. Respira profundo constantemente. Debe ser que lo avergüenza pagarme por, prácticamente, verlo llorar en cada cita.


40 golpes en el ano


19 de Septiembre, 
Santiago de Chile. 2013 






15:35 hrs:
Sargento habla muy rápido y a veces no alcanzo a entender sus órdenes. Tiene las piernas tan gruesas que sólo me importa mirárselas. Mientras él prepara la habitación, desenreda las cuerdas, elige la música –siempre los mismos pianos furiosos- y pone la colchoneta justo bajo el sol que entra por la ventanilla, yo me imagino atrapado entre sus muslos sin poder respirar. No me deja levantar la mirada. Sus botas negras están sucias. Son parecidas a las que se exhiben en la tele ahora. Sargento dice que odia las fiestas patrias y, más aún, la Parada Militar. Le gusta, sin embargo, dejar puesto algún canal con ese uniformado espectáculo en mute mientras me amarra de boca al suelo con las manos cruzadas a mi espalda, fuerte, tensas, ásperas cortándome la circulación de la sangre. Los pies no me los amarra esta vez. Dice que me llevará al cerro. “Quiero que te canses caminando esta tarde”. Sólo me deja puesto el calzoncillo. “Antes de salir quiero que me muerdas las botas”. Sargento sabe que yo le obedezco sin dudar. Sabe que me gusta morder lo que él me ordene. Sus botas huelen a tierra seca y pasto. Están calientes. Cuando le hundo mis dientes el olor a cuero parece expandirse por toda la habitación y Sargento me agarra del pelo para subirme la cara a sus rodillas. Sus rodillas. Yo me quedaría toda la vida mirando sus rodillas. La musculatura que se le divide a partir de las rodillas y se expande en sus muslos tan duros, tan amplios, con la cantidad perfecta de vellos para acariciar mi cara con esa suavidad madura, fibrosa. Tiene puesto el mismo calzoncillo de anoche y su bulto aun duerme. No me permite mirar más arriba de su ombligo. Con la mano, tirando de mi pelo, me ubica la cara entre sus dos piernas, a la altura de sus rodillas, presionándome como un cascanueces. Quizás no use toda su fuerza para presionarme la cabeza. Yo creo que todo lo que me hace es a medias. Si usara toda su fuerza, yo estaría asfixiado, reventado, dislocado. A veces pienso que una bella forma de morir seria bajo la fuerza desmedida de Sargento.


Tengo la cara caliente. No siento mis manos. Sargento me lanza a la colchoneta, me escupe desde su altura que aún no puedo mirar. El plástico de la colchoneta es una goma hirviendo. El sol me termina por calentar la espalda completa. La viscosidad de su saliva es deliciosa cuando cae de esa altura. Se me queda justo en la nuca, un tanto deslizada hacia la parte derecha de mi cuello, tibia. Yo sigo de boca al suelo y sólo veo sus botas avanzar al televisor. Cambia los canales. Creo que hace un zapping veloz, pero siempre es el mismo desfile militar. “Así mismo quiero verte caminar por el cerro, Camilito”.





19:00 hrs:
Me mantuvo amarrado a un árbol. Él quería verme abrazado al tronco, inmovilizado, justo bajo los últimos rayos del sol. Siempre el sol. Yo le quise preguntar por qué el sol, pero se enoja cuando le cuestiono sus métodos de tortura. Sargento vestido sólo con sus botas y un pantalón corto negro, tomó la rama más gruesa del suelo y la empuñó como si fuese a depender su vida de ella. Me dijo que serían 40 golpes en el ano porque es lo que ha deseado toda la semana luego de ver televisión. Él sabe que no es un experto en amarras y que apenas logra formular torturas, pero también sabe que me gusta cuando se equivoca, que la falla de nuestra practica lo hace todo aún más estimulante. Vuelve a cortarme la circulación de la sangre. A mí me gusta no sentir las extremidades y parecer un tronco adherido a otro tronco. Haber caminado descalzo el cerro, durante 40 minutos, esposado por Sargento, me hizo desear el árbol y todo lo que implicara estar abrazado a su tronco. “Siempre 40; todo es 40”, me decía mientras caminábamos, casi trotando, y yo le miraba sus pasos, el ritmo de sus botas sobre la tierra y la fuerza con la que el polvo escapaba. “Este es nuestro desfile, Camilo”.
Sólo era permanecer juntos. Sargento improvisaba, quizás, cada idea para permanecer conmigo porque siempre ha odiado el 19 tanto como el 18 y tal vez, al igual que yo, Septiembre completo le despierta la rabia. Entonces sabe que tenemos en común el resentimiento y a mí me gusta que me haga todo eso que más de alguna vez ha mirado en el porno militar de  internet. Me habló del 11 en su familia. Estaba hastiado de tanta memoria. Me contó que sus padres ponían todos los documentales, todas las series que recordaran el 11 y así el resto de la semana. Que los almuerzos fueron los más densos del año y que una extraña sensación de rabia y burla no lo dejaban escuchar cada relato de quiénes sí vivieron el Golpe. Porque Sargento sólo era un escolar demasiado tímido durante esos años y nunca supo tanto hasta que se dedicó a ver televisión estos días.


“Uno”. Sargento en el fondo me cuida. “Dos”. La rama se sentía muy suave hasta el cuarto golpe… “Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez.” Cuando dijo once preferí cerrar los ojos y pegar mi cara al tronco. El sol ya era un suave tinte rosa y el culo me ardía sobre todo en el centro, a la entrada, justo antes de volverse una boca succionadora. Inevitablemente se me cruzaron por la cabeza las imágenes uniformadas del cine norteamericano con las documentales en blanco y negro del Palacio de la Moneda. Se me cruzaban el sonido de los trotes militares y el choque de la rama en mi carne. La respiración eufórica de Sargento y mis quejidos involuntarios no me dejaron oír su cuenta hasta el treintaidos. Entonces cambió de instrumento. “Lo que importa es el golpe, Camilito; que sean 40, nada más”. Quise ver cómo lo sacaba de su pantalón, pero me agarró la cabeza con su enorme mano y me la apegó aún más al tronco. Lo metió despacio. Dejó que se me abriera en vez de abrirme a la fuerza como acostumbra. Lo sacó y oí que escupió un par de veces. Lo volvió a meter, pero sin suavidad. Era una rasgadura en mi ano. La entrada, el centro y lo que sigue un poco antes del inicio del intestino era una rasgadura. Estaba latiendo adentro mío y contaba con su boca en mi oreja izquierda. “Treintaitres. Treintaicuatro. Treintaicinco”. Los últimos cinco golpes fueron con toda su fuerza. Sus muslos me presionaban contra el árbol y por dentro era un furioso océano viscoso. Imaginé a Sargento entrando entero, partiéndome el cuerpo en dos, hasta cuando dijo cuarenta, con la voz ya cansada, babeándome la oreja, el cuello y lo sentí caer sobre la tierra. Una hilera tibia no dejaba de chorrear entre mis piernas. 




00:15 hrs:

Tengo la tele encendida, pero en mute. El noticiero de medianoche acaba de pasar las parrilladas que aún quedan en Santiago. El país continúa borracho y cambio el canal. “A 40 años del Golpe” dice y prefiero apagarla. El Skype está demasiado inactivo estas fechas. Mi página porno preferida es la mejor opción antes de dormir. Reviso mi mail por si algún cliente no quiere celebrar como el resto, pero la familia es la justificación perfecta para intentar un patriotismo estos días, así que no hay nada nuevo en mi bandeja de entrada. Hago click en el video “Military sucker”. Ojalá Sargento me vuelva a llamar mañana.

yo peter


¿Y si Peter Pan siempre estuvo seduciendo al Capitán Garfio porque le calentaba ese metal circular que remplazaba su mano? ¿Y si el Capitán Garfio deseaba tanto a Peter Pan por ser niño, por ser eternamente niño, que prefería matarlo luego de lamerlo entero para que nadie más se lo robara, como el mejor tesoro que todo pirata haya querido tener? ¿Y si eran padre e hijo y sólo estaban jugando a quererse de una manera que nadie se enterara? ¿Y si Peter Pan para mantenerlo más seducido, le albergaba muchos niños para que así el Capitán no se aburriera de estar a su lado, probando de las muchas carnes frescas dispuestas a su hambre? ¿Y si el Capitán Garfio sólo haya querido a Peter Pan porque su personalidad desafiante, única entre esa tropa de niños, le provocase las inmensas ganas de agarrarlo, quitarle sus mayas verdes y amarrarlo en algún escondite del barco porque simplemente le calentaba reducir a Peter como a un prisionero más para luego proceder a ultrajarlo, cuantas veces quisiera sin que nadie se enterara? ¿Y si Peter Pan era el que quería amarrar al Capitán, en algún árbol hueco esconderlo y luego utilizar su garfio y su cuerpo de pirata, entero, con todos sus amiguitos como la mejor diversión de esa eterna niñez?
¿Y por qué llegó Wendy? ¿Y por qué Campanita no se enamoraba de Wendy? ¿O si se enamoran ambas? ¿Campanita sólo sentía rabia de Wendy porque la deseaba tanto que odiaba verla enamorada de Peter Pan? ¿Y si Wendy estuvo enamorada de Peter y Campanita a la vez, deseándolos siempre juntos, nunca individualmente? ¿Y si Campanita y si Wendy y si el cocodrilo y si los hermanos de Wendy?
¿Y si yo no me hubiese enamorado de Peter Pan a mis 6 años no me habría enamorado de mi padre luego, imaginando que él era el Capitán y yo su Peter? ¿Y si cada castigo hubiese sido una forma secreta de hacernos cariño, entre golpes y gritos y maltratos disciplinarios, sólo nuestra secreta forma de hacernos cariño? ¿Y si él hubiera sabido que yo me creía Peter Pan y que lo miraba como a un Capitán Garfio en nuestra casa? ¿Y si tal vez siempre lo supo y por eso me compraba todos los libros y películas y fotos de Peter Pan? ¿Y si a él siempre le gustó Peter Pan y quiso verme así, tal cual, porque algo en mí le recordaba ese deseo, esas ganas sucias de ultrajar un cuerpo como el mío? ¿Y si sólo estoy delirando? ¿Y si todo es tan verdad como que me creo Peter Pan y no quiero nunca llegar a ser adulto? 
¿Y si soy Peter Pan y en realidad el Capitán Garfio ya no está porque han pasado tantos años que sólo yo me he mantenido vivo, joven y con estas ganas que me impulsan a seguir buscando otros capitanes? ¿No será mejor dejar de serlo? ¿Será mejor mantenerme así de Peter y seguir desobedeciendo esa ley natural de crecer y decir que he madurado? ¿Madurar para qué? ¿Dejar de ser Peter para qué?

mi esclavo


Que me haya pedido mantenerlo amarrado durante 40 minutos y escupirle la cara mientras le golpeaba el culo con mi correa, la que uso para afirmarme el pantalón del colegio, me pareció bastante delicioso.
Tenía los cachetes rojos. Daba la impresión que le ardía y me pedía aun más. Me pedía, además, que aumentara la fuerza de los correazos y que se los diera con la hebilla, directo, sin pausas hasta que le sangrara. Le sangró el cachete izquierdo. Su culo pálido le hacia ver aun más intenso todo el rojo de su piel, todo el rojo de su hilera de sangre bajándole por el muslo hasta manchar las sabanas. El motel debe comprender para lo que se presta, así que seguí golpeándolo. Las sabanas, más encima, eran blancas.
-Es que cuando yo iba al colegio, siempre fantaseé con que mis compañeros me violaran, pero solo se burlaban de mi gordura y nada más.
Fuma aceleradamente. No me mira a la cara. Pone sus ojos en mi corbata, en mi mochila que esta a mis pies y luego me señala una gota  roja en el cuello de mi camisa. Tengo que contarle que ando con otra camisa. Le pongo cara de preocupado, un poco de susto. “Ojalá que no me pille la manchita mi mamá”. Y de inmediato se lanzó al suelo, de guata, rogándome que lo castigue, que le enseñe a no manchar ropas ajenas con su inmunda sangre.
Patadas en sus piernas, costillas y los ojos blancos.

-En tu colegio deberías hablar de mí con tus compañeros. Podrían venir en grupo un día a molestarme, a jugar un poco conmigo. A veces me dan ganas de volver a engordar para que me molesten como antes, por asqueroso y hambriento. Pero cada día adelgazo más.

Siempre deja los billetes perfectamente doblados en 4 partes. No se baña y prefiere que yo salga primero de la habitación. Espera 10 minutos y sale. Me encuentra siempre en el paradero. Yo lo espero en realidad; tengo bastante claro que querrá irse conmigo en la micro para seguir conversando de su niñez obesa en el colegio y de los distintos escolares que se suben y se bajan.
Me mete los billetes en el bolsillo de la chaqueta. Toca el timbre. “Que te vaya bien en el colegio, Cami”. Y se baja sonriente por atrás, muy despacio, desviándose de inmediato con los niños que en la calle cruzan la calle.
Se pierde. Me pregunto qué hará luego de seguir a esos chicos. Saco mi celular y respondo el mensaje de Manuel. “A las 8 en tu casa. Lo mismo de siempre. Voy de escolar”

como usted diga -parte 1


Tenía que llamarme Ignacio y tener 17 años. Tenía que afeitarme muy bien y estar completamente depilado. Bien peinado y sin pitillo, por favor, me decía por teléfono, porque en este barrio la gente habla mucho, vigila bastante. Entonces me subí al Metro y no dejé de pensar por los 40 minutos de viaje lo fascinante que seria todo. Me comía las uñas ya de camino a su casa. Fueron varias cuadras porque esas casas no necesitan un Metro cerca. Intentaba memorizar todo lo que me había escrito al mail. Cada indicación, según él, debe ser ejecutada perfectamente, como si fueses realmente Ignacio y temieras mi reacción por lo que habías hecho en el colegio. El portón era inmenso y por suerte me estaba esperando ahí mismo. Siempre tengo la inseguridad que no vayan a estar donde dijeron o que todo fuera una mentira más dentro de esta otra mentira. Pero estaba. Era enorme, rubio y con pocas arrugas en la cara. Yo creo que tenía más de 40, pero  tipos como él hasta los 60 siguen siendo bellos.

-Pasa. Ve directo al baño. Es la única puerta abierta –me decía, mirándome de pies a cabeza, con los ojos muy abiertos-. Hay una bolsa blanca con ropa. Póntela y me esperas ahí mismo. Yo voy luego.

La ropa no era nueva. Se nota cuando una camisa está usada. El pantalón hasta tenia manchas en las rodillas y la corbata en su revés llevaba escrito con lápiz pasta azul Ignacio. La chaqueta tenía una insignia de algún colegio del sector. Me miré muchas veces al gigantesco espejo del baño para asegurarme que parecía lo que él había pedido. Por suerte, el uniforme era de mi talla. Me gustaba demasiado volverme a ver así. Estaba muy entusiasmado con lo que debía hacer esa tarde. Y llegó. Cuando me vio no dijo nada. Sólo se le abrieron aun más los ojos y me tomó de la mano. Me agarró muy fuerte de la mano. Yo sentía que los dedos se me iban a quebrar y le dije que me dolía. Sólo sonrió y atenuó la fuerza, pero no me soltó hasta subir la escalera, completamente alfombrada, hacia un tercer piso.




Yo le pedía perdón. Tuve que abrazarlo para pedírselo porque en el fondo sabia que fue un error mio. Sonaba una música clásica. Eran pianos violentos que me retumbaban en la cabeza mientras él sólo me gritaba que debía castigarme. Porque es una vergüenza que me llame la directora para contarme esa barbaridad que nosotros jamás te hemos enseñado en esta casa decente donde sólo queremos lo mejor para ti para nosotros y que mantengas orgullosa a toda tu familia. No respiraba cuando me lo gritaba. De su boca la saliva caía directamente a mi cara. Sus ojos estaban más abiertos que antes y el azul de su iris se veía hermoso rodeado de venitas rojas. Si tu madre se entera quizás hasta se enferme porque sabes que es muy frágil pero pareciera que eso a ti no te importa no te preocupa tu madre qué dirán los vecinos no te interesa la pena la rabia que yo pueda sentir recibiendo llamados de la directora contándomelo como si fuese una diversión para ti que más encima no eres capaz de darnos buenas calificaciones. Y de pronto me lanzó con sus grandes manos blancas a la cama. De pie con sus manos en la cintura me exigió que le mostrara lo que había hecho en la sala de clases. Me lo exigió más calmado y ya con el azul de sus ojos reluciente. Yo me desabotoné el pantalón y metí una mano. Tenía nervios de que se enfureciera aún más y no sabia si mostrarle realmente todo lo que había hecho. Quizás la directora no le contó detalles. Por debajo del calzoncillo comencé a tocarme suave y lento. Sólo de esa forma. Me daba pudor mostrarle cómo lo había hecho realmente en la sala de clases. Pero sus ojos, su rabia al hablarme y la fuerza de sus manos cuando ya me tomaba de los hombros y me exigía esta vez hacerlo tal cual como en el colegio. No quise. Preferí quedarme quieto. Tenia un miedo o pudor o nervios tan grande que no pude más que dejar que me siguiera tomando de los hombros y me gritara entre saliva todo lo enojado que aun estaba. Entonces no me mostrarás nada mocoso de mierda porfiado no me mostrarás todo lo que vieron tus compañeros ponte de pie ponte de pie y deja de temblar que no soy un monstruo. Yo ya creía que lo era y preferí bajar la mirada, de pie apenas frente suyo, tratando de calmar mi respiración. La corbata me apretaba mucho el cuello y el uniforme entero me parecía muy caluroso, como nunca antes. Su presencia era un sol sobre mi cabeza y el cuarto entero parecía un horno. Quizás su rabia había subido la temperatura del lugar. Y de pronto me lo pidió. Me tomó del mentón y dirigió mi mirada a la suya. Sus ojos quemaban mientras me pedía que me bajara el pantalón.

aceite de verano



A Sandra  y a mí no nos gusta la playa, menos Reñaca.  La gente intenta imitar el verano de otra parte del mundo y se obligan a parecer figuras de bronce. Nosotros huimos del sol. A penas nos asomamos durante el día. Sandra y yo preferimos el sexo con nuestros clientes antes que fingir con aceite en el cuerpo tirado sobre arena. Una vez hicimos un trio con un tipo que quería masajes. Ella es la experta en masajes y yo en relatos. Así que mientras Sandra le pasaba sus manos por el cuerpo, yo le contaba lo entretenido de la playa en las noches. Tenía la espalda hirviendo y bastante roja. Nos decía que se había quedado dormido bajo el sol. Le pedía que lo tocara más fuerte, que no importara lo delicado de la quemadura. Sandra me miró y supimos de inmediato que nuestro cliente no quería masajes, que no se había quedado dormido accidentalmente, que era un adicto al dolor y que seguramente lo que menos buscaba era aliviar su espalda. Las uñas de Sandra son magnificas. Siempre se las pinta de azul. Se las cuida bastante para mantenerlas firmes y afiladas. Yo puse música. Dejé que sonara fuerte nuestro disco preferido de Manson y le dije al oído que le daríamos los masajes que realmente buscaba. El aceite que Sandra esparcía sobre la espalda se chorreaba por los costados del cuerpo y caía hasta el suelo. A ella le fascina maltratar a sus clientes y sabe que la abundancia de líquido sobre la piel hace más intenso cada golpe. El espectáculo del chorreo y las gotas salpicando por todos lados es lo que más queríamos ver. Comenzó a pasar sus uñas lentamente.  La piel hirviendo del hombre parecía resentirse de inmediato y Sandra las clavo con todas sus fuerzas para luego arrastrarlas por toda la espalda. Eran diez líneas rojas que dividían a nuestro cliente. La cara de Sandra no expresaba nada más que satisfacción y el cliente sólo gemía pidiendo que no le tuviéramos piedad, que se había portado muy mal en la playa, que necesitaba redimirse. Entonces quise sacar la varilla que una ex colega nuestra nos regaló antes de irse. Manson cantaba some of them want to use you, some of them want to get used by you. some of them want to abuse you. some of them want to be abused. Entonces la  agarré con mucha fuerza y, mientras Sandra vertía más aceite, lancé los tres primeros varillazos de la tarde, del verano entero. Lo seguimos atendiendo hasta que nos regresamos a Santiago.

la playa es una mentira



No te vayas, Camilo, la playa es una mentira. Todo su paisaje bronceado es una mentira. Los olores tropicales, sus colores ardiendo en la piel y ese intento de parecer una película del verano de otro país. No te vayas, Camilo que acá nuestra mentira es menos ajena y nos funciona perfectamente. Allá deberás atarla de formas que no conoces y tendrás que moldearte mil veces más solamente para descubrir si alguna te encaja. No me dejes, Camilo que nuestra mentira se queda a medias. Allá verás tantos cuerpos moldeados por alguna paciencia obsesiva, verás cómo el tuyo escasea de paciencia. Serás una tristeza. Las mentiras son tristes cuando no logran convencer. La playa es la mentira menos triste, por eso le gusta a tanta gente. No te vayas, Camilo. El oleaje es feroz cuando menos lo piensas y allá no hay nadie que quiera salvarte del mar. El agua salada está sucia y más salada de lo que imaginas, su arenilla se te meterá hasta en las orejas y cuesta tanto sacarla del pelo. No me dejes, Camilo. Tenemos que continuar lejos del sol, sobre todo de ese que parece bailar en el cielo un ritmo extranjero que sólo ilumina a quienes le creen. La playa es una mentira que traiciona a gente como nosotros. Yo nunca podría traicionarte. Sabes que he puesto tu nombre primero y hasta he dejado de poner el mío varias veces. La playa es una mentira que nunca nos ha incluido. Allá sólo funciona la importancia. El tono exclusivo de sus voces. Nuestro tono sólo se oye acá. No te vayas, Camilo. Allá no te alcanza para su exclusividad. No tienes la altura ni la masa muscular. Sólo somos un tropel de niñitos morenos asomados en cada callejón, esperanzados en alguna plaza, disponibles en cada pagina gratis, atentos tardes enteras al celular. No te vayas, Camilo, la playa no es tu mentira. No tienes esa frialdad profesional de su verano. Apenas te alcanza para vertirte sin excusas al primero que ofrezca lo mejor, apenas para mancharnos de ganas sucias aferrados en alguna pared. Pero la playa no, Camilo. Me dejarás y la playa no sabrá transar con tu mentira. Sólo nos alcanza juntos acá, sin la importancia de sus oleajes ni esa corpulenta exclusividad. Acá mentimos al unísono y es fácil creernos. Conocemos cada forma. La playa no es nuestra mentira y no nos alcanza para aprenderla.

en la cara y otras superficies -parte 1



No suelte el teléfono. Yo estoy encerrado en mi dormitorio. No se preocupe por mis padres; ellos duermen ya a esta hora y le hablaré bajito. Me gusta su voz. Me gusta que respire en mi oreja. No cuelgue. Si se corta, yo lo volveré a llamar. Dígame nomás si le estoy aburriendo. Dígame si ya le dio sueño. No quiero hablarle y hablarle mientras usted ronque allá en su cama. Póngase cómodo, yo ya lo estoy. He apagado todas las luces, la ventana la tengo un poquito abierta; hace tanto calor esta noche y prefiero acostarme sin ropa, sin taparme. ¿Usted también? Me gusta que me diga así. Camilito suena tan tierno pero sexy cuando me lo dice despacio. ¿A usted le gusta que lo trate de usted? Yo me lo imagino grande. A veces me pongo a pensar en su voz y a partir de eso comienzo a imaginármelo a usted. No. Esta vez no le contaré cómo me lo imagino. Pero creo que es muy grande y fuerte. Tiene voz de hombre fuerte. ¿Yo? Usted ya ha visto mis fotos, no hace falta que me describa más. Dígamelo de nuevo. Sí, me gusta que me llamen así; el otro nombre es feo y nunca lo decidí yo. Dígame nomás cuando le de sueño. Yo no sé si le vaya a gustar lo que le contaré hoy. Ojalá disfrute y quiera llamarme mañana. ¿Quiere ya que comience? No diga nada y escuche. A mi su respiración al teléfono me estimula bastante la memoria. Lo recuerdo todo muy bien. Sé que le gustará esta historia. Una vez me pidió que le contara algo así. No se me ha olvidado. Siempre he querido relatarle esto. Siento que sólo usted puede comprender y disfrutar al igual que yo. Ya no será un recuerdo mio. Usted podría pensar que estoy un poco mal de la cabeza, pero no importa; sé que le gusta que lo esté. ¿Por qué creo eso? Muchos me han dicho que no es normal que me guste mi padre. Que me haya masturbado por primera vez espiándolo en el baño. Sí. Hasta hace poco lo espiaba. Era fácil hacerlo. Sólo hacia agujeros en paredes y puertas. Los hacia con cuidado para que no se dieran cuenta. Y recuerdo que eyaculé sobre la puerta del baño. No soporté el calor entremedio y sin darme cuenta ya tenia todo mojado. No. No me pilló. ¿Por qué? ¿A usted le habría gustado que su hijo lo deseara así? Vaya, que bien saberlo. Pero no le contaré sobre mi padre y lo mucho que he fantaseado con él. No. No se enoje. Quédese al teléfono. Le voy a contar algo sobre mi semen y las distintas superficies donde lo he dejado. ¿No le interesa? Usted siempre me ha dicho que le gusta imaginarme acabando sobre su cara. Sí, recuerdo. Entonces le gustará saber todo lo que  he acabado sobre otras caras y más superficies. Como, por ejemplo, con mi primo mayor. Juan se llama. Tiene 22 años ahora y a sus 18, cuando yo tenía 15 años, me encerró en el baño de su casa y me mostró su pene. Él siempre jugaba futbol y yo lo iba a ver a la cancha. En esa época vivíamos en el mismo barrio y todos sabían ya que a mi me gustaban los hombres. Me molestaban poco porque el Juan era muy agresivo y me defendía siempre. Una vez me invitó a fumar pitos a su casa porque estaba solo y yo acepté, aun que en esa época tampoco fumaba pitos, ni si quiera cigarros. Pero el Juan me gustaba y yo presentía que algo iba a pasar. Fue después de un partido de futbol. Recuerdo que su short era el más corto de todos y las piernas peludas le sudaban bastante. Estaba con las rodillas heridas y la camiseta llena de barro hecho por el polvo y su transpiración. De reojo le miraba el bulto que se le asomaba en su short. Me imaginaba acercándole mi nariz y olfatear. Me imaginaba que tendría el mismo olor que mi papá deja en su ropa interior sucia. Me lo imaginé hasta que cerró la puerta de la casa y me dijo que a él también le gustaban los hombres. Sí, es real, créame. Usted sólo escuche. Sí, yo también me caliento. Hágalo, nomás. Mientras le cuento, hágalo y yo seguiré. Así que también le gustaban, pero chicos, me dijo, chicos y flacos como yo. Sólo sé que comencé a temblar entero y un torbellino se me hacia en la guata. Sabia que iba a cumplir mi sueño ahí mismo con él, pero no sabia por dónde empezar. El Juan sólo se bajó el short y me dijo que se la chupara. No se lavó nada. No se limpió si quiera un poco. Me tenia arrodillado entre sus piernas y apenas pude abrir mi boca para meterme el gran pene que tenia. Era un olor distinto al de los calzoncillos de mi papá. Su olor era más intenso y me enloquecía bastante. Recuerdo que me lloraban los ojos y apenas tenia la punta entre mis labios. Recuerdo que no me estaba tocando nada y ya sentía que iba a estallar de semen. Él me puso de pie y me pidió que acabara en su boca. Me lo pidió casi como un favor. Yo no respondí nada, pero él suponía que yo quería todo lo que él quisiera. Entonces se arrodilló y, como yo soy pequeño, inclinó su cabeza hasta abrir su boca con mi pene adentro. No tardó nada en dejarme explotar y sentir que me iba a desvanecer. Fue un pez su lengua rodeándome el pene. Era veloz y muy tibio. Yo vi que era tanto lo que salía de mí que se le escapaba entre los labios. Como los vampiros cuando beben sangre y una línea roja se les asoma, a Juan se le asomaban gotas blancas mías y luego se las tragó. Se las tragó mirándome los ojos. No se levantaba y yo no me movía nada. Tenía vergüenza y estaba en blanco. Me dijo que era delicioso mi sabor, me dijo que era un egoísta porque nunca quise compartir con él todo eso y me besó el ombligo muy contento. Lo vi levantarse enorme frente a mí y me dijo que fuera a ducharme, que él iría pronto. Yo no sabia que decirle y me fui directo al baño. Cuando largué el agua y cerré la cortina, me di cuenta que aun tenia muy duro y rojo mi pene. Apenas me tocaba sentía que iba a estallar. Y estaba un poco cansado. No había hecho nada y me sentía muy cansado. Esa vez fue la primera y ultima en tocar a mi primo. Luego se fue de la ciudad por el servicio militar y no lo vi más. Así que quise probar con mi hermano menor. Son muy parecidos los dos. Es menor que yo, pero siempre se ha visto mayor. Tiene el cuerpo más grande y dormía conmigo en ese tiempo. ¿Cómo? ¿En serio? Me alegra saberlo. Eso significa que le gustó mucho lo que le conté. Que rico saberlo. Me hubiese gustado verlo ¿Y fue harto? Sí, yo también chorreo harto cuando estoy muy caliente. Entonces lo de mi hermano se lo cuento mañana ¿Me llamará mañana? Muy bien. Lo esperaré mañana, entonces. Sí.  A esta misma hora, bueno. No, no se preocupe. Prefiero así, sino, le habría contado todas las historias altiro y mejor que vayamos de a una. Sí, como las Mil y una Noche. Está bien. Lo comprendo. Nos quedan 999 noches aun, así que tranquilo. Gracias, usted también. Que descanse. Sueñe conmigo.

mi pololo siamés


Una vez soñé que mi gemelo siamés no se parecía mucho a mí.  Lo miré sin pestañear por varios segundos porque su sola forma de bailar me detuvo todo por dentro. Yo lo quise volver a unir a mí inmediatamente. Yo soñé que su bailecito me iba a acompañar aunque dolieran nuestras costuras Esa vez que lo soñé no pude despertar con tranquilidad. Mi costado seguía siendo mi costado y no la extensión de su cuerpo. Soñé que nos abríamos para entrar el uno en el otro, por muy imposible, casi ilógico; pero así son los sueños.
Te hubiese pedido ser mi gemelo siamés en vez de ser mi pololo y así nuestro trato para unirnos la carne (o entrar el uno en el otro) habría sido mucho más efectivo que ahora sólo ser pololos. Y es que te extraño con angustia enfermiza cada vez que te vas a tu casa, junto a esa madre tuya que no nos quiere juntos y que piensa que eres malo conmigo porque simplemente supone que mi fragilidad física es sinónimo de inocencia. Te extraño incluso minutos antes que te despidas de mí. La idea de que muy pronto te veré pequeño a través de la ventanilla de la micro, sólo la idea, me convierte en una mezcla extraña entre rabia, tristeza y hambre. Me da hambre cuando te extraño, no sé por qué. Nuestras madres son egoístas. Están enamoradas de nosotros y no soportan que nos enfermemos de tanto cariño. Mi madre me pone aún más nervioso y cuando te veo sólo pretendo creer que nunca nací de ella, sino que de una ardilla que ya me perdió en el bosque y tú ahora me alimentas.
Cuando quise escribir sobre los siameses no te conocía. Cuando te conocí dejé de escribir sobre ellos y fantaseé que nuestras ganas de tocarnos eran las mismas que sus ganas de coserse. Quizás por eso los golpes que nos damos a escondidas. Quizás nuestra rabia por no estar siempre pegados es esa forma violenta a ratos con que nos chupamos. Me muerdes tan fuerte que a veces creo que un día despertaré en mil pedazos. Me imagino cada herida que no tenemos sólo porque aun tememos a esa huella dolorosa. Me las imagino y pienso que seria una buena manera de simular esa unión de los siameses. Obsesionarme con esa idea no me cuesta mucho, pero tanto tú como yo necesitamos un cuerpo limpio de cicatrices para hacer esas cosas que nos gusta hacer.
Me estoy enfermando de ti y el cerebro ya comienza a manifestar los síntomas. Intento creer que se me pasará con los días y que muy pronto nos convertiremos en personas comunes y corrientes que sólo son pololos. Lo intento creer apenas porque simplemente el dolorcito de nuestra enfermedad me está gustando cada vez más y la angustia al extrañarte me hace fantasear nuevas formas para simular esa adhesión física que alguna vez soñé. Si hasta los hematomas de cada golpe desaparecen con el tiempo y los mordiscos cicatrizan hasta desaparecer, habrá que ingeniar otras formas realmente efectivas para sentir por un instante al menos que se nos mezcla la carne.

Quiero soñar que somos amantes caníbales y que por eso siento hambre cuando te extraño.

el viejo agustín

Se transformó en una leyenda para los putitos que oímos de él y pudimos servirle en algún momento. Era un monstruo gordo, anciano y sidoso. Su espalda repleta de heridas secas, algunas frescas, abiertas. Sarcomas de su etapa ya avanzada de la supuesta enfermedad. Una toz profunda y viscosa a cada instante. El viejo Agustín algo tenía qué ver con la Corte Suprema, decían. Decían también que llevaba muchos años haciendo lo mismo. Que ya los putos que hoy superan los 30 años (los séniores) le sirvieron cuando recién comenzaban esta labor, muchos con 16 recién cumplidos. Recuerdo mi primera vez con él. Recuerdo que lo primero que me dijeron fue que él no me iba a tocar, que yo no debía si quiera acercarme a su monstruosidad. Éramos 4 chicos no mayores de 20 años, con la apariencia incluso de adolescentes: debíamos ser lampiños o estar perfectamente depilados, al viejo Agustín no le agradaba ni una huella de adultez en sus putitos. Recuerdo la cama circular y nosotros sobre ella, devorándonos frente a la mirada cansada del anciano gordo que ya había desembolsado una gran cantidad de dinero por vernos, desde su silla en una esquina de la habitación, desnudo y fumando, cómo nosotros nos chupábamos y penetrábamos por todos lados. Éramos su porno de jovencitos calientes en vivo. Él dirigiendo desde esa distancia con su voz ronca y autoritaria todas nuestras posiciones e intensidades. Al viejo Agustín le dijeron que yo tenía 17 años y recuerdo tal cual esa cara de placer al decirme que no me creía, que le dijera la verdad, porque simplemente pensaba que mi edad era mucho menos. Camilo para él fue un nombre que siguió oyendo varias sesiones más, pero nunca recordando las anteriores. Para el viejo Agustín siempre fui el nuevo, todas las sesiones eran mis primeras en su memoria atrofiada y esa toz viscosa y desgarradora se volvió parte de esa musicalidad pornográfica que dirigía ordenándonos todo el ritmo de su porno en vivo. Atender, servirle al viejo Agustín fue un placer fabuloso. La fealdad que contenía sentado a una esquina contrastada con la carne fresca de todos los putos que mandaba a llamar (a veces por más de 3 horas) era digna de una obra de Pasolini. Quizás el viejo Agustín fue fanático de esas lecturas y si su enfermedad no se lo hubiera llevado tan pronto del ficticio mundo de la prostitución -dicen que murió-, habría querido vernos comer de nuestra caca, bañarnos en nuestra orina y hasta golpearnos, todo dirigido desde su silla majestuosa en ese rincón, disfrutando cómo sobre la cama circular un grupito de putitos aparentemente adolecentes obedecía, calientes…, obedecíamos ardiendo, frotándonos. Recordarlo es recordar mi primera fascinación con mi nuevo “trabajo”, saber lo mucho que podría ayudar una creatividad sucia. El viejo Agustín fue el primer monstruo que me pagó, mi primer monstruo preferido. Su leyenda quizás genere literatura, quizás.

ritual



Nuestro ritual para comernos de a poco. Adueñarnos en cada mordisco el uno del otro. Es como si justo al presionar su piel entre mis dientes, toda la rabia se me inflamara en las venas. Mancharme la boca de su tibieza, cada musculo endurecido, cada entrada mucho más abierta, más húmeda. Tenerte todo el tiempo contra mis dientes. Saborear hasta cansarme y volver a saborear más tarde. Que se mantenga siempre esperando mi hambre. Que me mire suplicando otra marca, otra forma de volvernos uno solo. Esta vez no dejarnos ni una separación. Y que él me pruebe. Pasarle mi boca y que sepa llenarse de mí. Poco a poco que llene de mí su hambre. Estar adictos a nuestro sabor. Mordernos cada noche un lugar distinto. Volver a ser uno. Entrar más aún el uno en el otro. Es como si abriéramos la cicatriz de ambos y de alguna extraña forma volver a unirlas. Compartir por dentro todo el fluido. Circulando la misma sangre. Descomponiéndose lo que nos sobre y así continuar con nuestro ritual para comernos de a poco.

al padre


Yo sería incapaz de escribirte una carta, papá, y sin embargo creo que ya lo estoy haciendo. Sería incapaz de confesarte a la cara todo esto que me impulsa, que me llena de ideas, que me ha convertido poco a poco en lo que tú quizás siempre sospechaste. No tuve nunca la valentía de encerrarte en mi dormitorio como la victima perfecta ni de clavarte las miles de armas que imaginé tantas veces. Que no me quisieras de la misma forma en que la quisiste a ella. Que sólo tuviera que conformarme con breves olfateos y arriesgados espionajes. Lamerte habría sido tan fácil muchas veces, pero ella siempre estuvo para impedirlo. Yo creo que siempre lo supo y me vio como su peor contrincante. Quizás temía ver en ti, papá, la sola ocurrencia de meterte a mi cama y probar conmigo lo que con ella habría sido imposible. Pero insistías con ella todas las noches sin siquiera pensar en mi desesperación al oírlos, en mi angustia al verlos sin poder siquiera tocarte un poco mientras lo hacían. Y mi cariño hacia ti comenzó lentamente a experimentar otras sensaciones. Te quise tanto que varias noches rogué presenciar la separación más violenta entre ustedes dos para luego correr yo a consolarte. Que me dijeran lo mucho que me parecía a ti sólo fue útil cuando me encerraba frente a un espejo. Que me dijeran lo creativo que resulté ser sólo fue útil cuando me vi sin más que tu olor como posibilidad. De niño que soñé con llegar al día de confesarte todo esto. Como así muchos se confiesan ante Dios, hacerlo yo ante ti, pero sin esperar ni perdón ni clemencia. De niño que imaginé el momento de tenerte cara a cara y poder enseñarte todo el amor que guardé noche tras noche. Esperé tanto que no sólo se me manchó el amor contigo, sino que también ya es inútil tenerte cara a cara. Es inútil confesarte si quiera esto en vos baja al oído. Es inútil tu presencia. Tenerte así de inerte sólo sirve para mi única satisfacción: ella te ha perdido para siempre y sufre como jamás imaginé verla sufrir. Poco a poco serás la descomposición. Comenzarás a oler mal, dejarás de ser el mejor oxigeno. Ni ella querrá más tu olor, ni contenerte en sus rincones ni atraparte en su cabello. Así quizás he logrado la satisfacción que nunca logré en tus brazos, papá. No aprendí nunca a compartir el cariño en casa, sin embargo, este vacío que dejas en ella y en mí es fácil compartirlo. Aprender a perderte es más fácil cuando no sólo soy yo quien te pierde. Te llevas todo lo que yo más quise y a ella no le dejas nada.

las propensas


Nos tenemos con miedo y siempre nos quedamos en ese momento del delirio, ese bello delirio de sentirnos queridas y jugamos a olvidar un rato lo propensas que somos. Al abandono, a nuestro débil reflejo de todas partes. Al silencio, lo ingrato de alguna historia que no lleve nuestro nombre, ni si quiera entre lineas. Nos obligamos a oir solo esas ganas, impulsarnos entre otros choques y de vez en cuando nos miramos el borde, lo inundada que estamos, lo riesgosas y accidentadas. Nos tenemos apenas y mentir parece salvarnos un rato. O eso creemos a la fuerza, saltando a ciegas entre charcos y piedras, porfiando el peligro de abrirnos al primer cariño que nos convensa el latido. Nos tenemos cada vez menos, las mentiras se nos caen a medias de la boca y desaparecen antes de llegar al suelo.  Mudas, atentas solamente al viento aspero que nos entra por cada fisura, nos vamos quedando atrapadas en nuestro delirio, esa bella fragilidad de estar propensas.

deditos con caca


De niño que siempre estuve relacionado muy de cerca, más que el común de los niños, con la caca, mi propia caca. Yo tenia 8 años cuando manché mis calzoncillos un día cualquiera; me gustaba aguantar con las piernas cruzadas. Era un placer para mí inevitable aguantar las ganas de hacer caca. Entonces un día a mis 8 años mi papá me descubre. No fue difícil descubrirme, ya que el olor que yo andaba trayendo era muy evidente. Sólo me miró y me llevó al baño, en silencio, había visita en la casa. Su cara de furia era tan reconocible que de inmediato me imaginé un castigo por mi suciedad. Cerró la puerta con pestillo y largó la ducha. No quería que me bañara, sólo la largó para que la visita no oyera el castigo que ya había maquinado en su creativa cabeza de papá. Fue entonces cuando sin ningún golpe de por medio me dice que me quite el pantalón y el calzoncillo. Que esta vez no me iba a pegar, sino que me iba a enseñar de una forma más eficaz para nunca volver a hacerme caca en la ropa. Cuando ya tenia los pantalones en el suelo y mis calzoncillos sobre ellos, me dice que los tome, que se los muestre para saber qué tanto me había hecho. Yo tomé con miedo mi calzoncillo, no sabia que se tenia en mente hacer conmigo, pero algo terrible se venia. No me pidió que me metiera a la ducha con agua fría como otras veces. No me golpeó con la manguera de la lavadora ni me habló de Dios con rabia en la boca. Sólo me dijo que oliera, que oliera de cerca mi mancha de caca, que me acercara mi calzoncillo a la nariz y supiera de cerca el olor de mi caca. Yo temblaba de frío y de miedo y no acercaba nada a mi nariz. Sólo lo miraba a él por segundos y bajaba mi mirada al suelo, sin saber qué hacer. Volvió a darme la orden y yo seguía sin moverme. No quiso esperar más, mi mamá de afuera le decía que la once ya estaba lista y que el pancito se enfriaría luego. Entonces me quita el calzoncillo y como quién obliga a comer a un enfermo, me refregó la parte sucia de mi calzoncillo sobre mi boca y nariz mientras me decía que probara que probara la mierda que tenia enfrente y que nunca más lo vuelvas a hacer para que nunca más porque es un asco y una vergüenza que tan grandecito y aún cueste llegar al baño. Por primera vez había probado caca, mi propia caca y nunca creí que su sabor no iba a ser tan terrible al fin y al cabo. E n el fondo yo estaba agradecido de su novedoso castigo y haberme ahorrado el llanto después de sus golpes o la ducha fría a esa hora. Mi caca fue un agrado ante esa posibilidad. Más me molestó la fuerza con la que me refregaba el calzoncillo en la boca. Mi papá se lavó las manos y me dijo que me cambiara de ropa. Yo me quedé en el baño un rato más y me percaté que tenia un poco de caca entre los dedos y mis uñas. Me miré los dedos y así mismo me los he vuelto a mirar cientos de veces ahora que estoy más grande. La caca ha formado parte de mi vida desde muy niño y ahora ya he probado distintas cacas gracias a los chicos que adoran cuando les chupo el culo. Es un mismo sabor en casi todas las cacas, sólo varía un poco en realidad. Hay, como en el semen, una caca más dulce que la otra, pero abstrayéndose del asco que debiera dar, no es tan terrible. Y uno ya se siente atraído, al menos yo, con la caca del otro. Que haya caca cuando las ganas se ponen bien calientes, me provoca la sensación de estar involucrándome aún más con el cuerpo de esa persona y, lo reconozco, me calienta de vez en cuando lamer un resto que nunca nadie quitó.

peces


No me muerdas tan fuerte por favor que me duele un poco y no quiero quedar marcado porque cuesta tanto desaparecer la mancha disculpa si fue mucho no lo volveré a hacer pero ven que hueles rico y me gusta el sabor de tu piel si quieres te desamarro no no lo hagas que me gusta estar así de atrapado y que me mires como una presa inmóvil es que te ves tan hermoso ahí arrinconado suplicándome clemencia pero a la vez gozando cada mordisco y lamida y golpecito pero recuerda que los golpes tampoco tan fuerte y no es que me duela tanto pero no quiero ni una marca porque cuesta sacarlas y ya sabes que a la gente le asusta cuando el cuerpo tiene muchas cicatrices mejor te desamarro y nos metemos a la cama que aca en el suelo esta muy frio y tienes los labios morados me gustan mas rojitos como de costumbre sé que te gustan rojitos igual que los tuyos y tus ojos asi de ansiosos como los mios cuando te veo besándome los pies como si quisieras sacármelos y devorarlos muy hambriento muy deliciosos tus pies y tus huesitos de la espalda también muy sabroso morderlos y verlos como se mueven bajo tu piel mientras te returces de tanto que te gusta cómo te beso sobre todo en el cuello descubriste mi lado sensible que me hace gritar tan fuerte sin importar que al otro lado de la pared hay mas personas intentando lo mismo pero en silencio y es que eso me gusta más aun porque sentirse asi de vigilado lo vuelve todo más emocionante y adrenalinico imaginando que se calientan al vernos juntos tan pegados y babosos moviéndonos lentito a ratos muy fuerte después así que mejor amárrame acá en la cama y ahora también amarrame los pies los ojos véndamelos y escúpeme un poquito la cara que quiero imaginar tus ojos ansioso mientras me corre la saliva por las mejillas y no te preocupes que haré lo que me digas lo que te guste lo que te vuelva loco y nos estarán oyendo así que grita nomas con ganas para que quieran meterse en nuestra pieza pero sufran porque no pueden porque no queremos que nos toquen ni nos besen solo nosotros amarrame fuerte que se me desarman cuando me muevo mucho y tú me haces mover demasiado de tanto besito por el cuello y los pies y acaríciame la cicatriz de la costilla que me gusta tanto cuando la tocas y mejor sacame la venda ahora que quiero mirarte la tuya y besarla también lamerte un poquito ahí que es tan rica tu costilla y pensar todo lo que nos costó saberlo mejor te desamarro completo y nos metemos a la ducha para lavarnos y seguir en la tina mientras yo te lavo y tú me lavas y parecer dos pecesitos en un miniacuario con la misma herida en una aleta con las mismas ganas de volvernos a juntar y pegarnos bajo el agua mordernos y sangramos un ratito no importa si quedan marcas ya no me importa si hay mas manchas me da lo mismo hagamoslo nomas que después de esta cicatriz en nuestra costilla otra es lo de menos y falta poquito para irnos asi que hazme todo lo que quieras todo lo que quiera bajo el agua sobre el agua mientras te refriegue la espalda y te lave los pies y me pidas más y una gotita roja comience por dibujarnos diluirse con la ducha y mancharnos nomas que por eso estamos aquí que por eso al fin nos encontramos y sin miedo menos mal sin miedo nos quisimos esta vez tanto que escapaste tanto que desconfiaste así el agua está rica sino quema y el ardor del agua caliente es lo único que no me gusta con espuma harta espuma no comas espuma que los besos saben a jabon y me gusta tu aliento a mi también me gusta el tuyo y me gusta tu nariz a mi también me gusta la tuya es la misma nariz y los mismos labios y la mirada no la tuya es más ansiosa y la tuya es mas timida es que hasta los más parecidos tienen alguna diferencia porque mira este pie tiene los dedos más largos que los tuyos y mi cicatriz cubre más costillas que la tuya no debieron creo lo mismo no debieron quizás hubiese sido mejor para ellos no y es que siempre sentí que algo me faltaba como el mito lo has oído en el colegio yo lo escuché también en el colegio sobre las almas gemelos cierto ya recuerdo y el castigo de los dioses como si en un principio todos fuimos de dos cabezas y ocho extremidades siempre me gustó oir esa historia a mí igual y sentía que me gustaba por algo en especial y luego te conocí y nuestra cicatriz y en nuestro caso no es mito por eso te extrañaba sin saber que existías yo también y hasta soñaba que alguna vez te veria y seriamos así tal cual como ahora igualitos todas las noches durmiendo juntos y comiendo juntos y chupándonos mordiéndonos así mismo sí así mismo en el cuello te resvalas como una lengua gigante es que tu sabor en el agua es más rico aun y te chuparía hasta cansarme la mandibula pero muerde otro poquito si una gotita más no dolerá tanto que el agua se pone rosada y por debajo parecemos rosados nosotros también como dos pecesito mejor como uno rosado tibiecito el pez con ocho aletas y cuatro ojos para mirarse más veces más cierto más y no cansarse de nadar juntos como el animalito mas extraño del océano pero no tragues espuma disculpa mejor cambiemos el agua que nos queda poco rato acá.

papel mojado


Camilo permaneció sentado y la micro ya se alejaba del paradero donde debía bajarse. Iba junto a la ventana y lo miraba por el reflejo, unos puestos más atrás. El sol le pegaba fuerte en la cara, pero no era capaz de cambiarse a la sombra. No se atrevía a cruzarse con su mirada ni mucho menos que se diera cuenta de su llanto. Sintió de pronto cómo algo por dentro, a la altura del pecho, amenazaba con salirse. A veces creía sentir la respiración de él en su cuello, justo en la nuca, como si lo tuviera tan cerca para solo voltearse y volver a besarlo. Sus sienes retumbaban y ya veía por el vidrio alejarse cada vez más de su casa, con él adentro. Se arrepintió entonces de nunca haberle preguntado a su madre qué se hacia cuando el pecho se quebraba. Tuvo ganas de bajarse y correr donde fuera. Quizás llegar a esa casa lejana, más allá de las casitas clonadas en bloque, más allá de los kilómetros cementados, subiendo el mismo cerro que alguna vez subió durmiendo, con los ojos tan apretados para no perder la imagen: enormes arboles con la madre en medio, esperando sin saber qué pero esperando. Y verla justo antes de esconderse el sol encerrarse en su casa, mirando el vacío de adentro, ordenando una y otra vez la posición de cada juguete, peluche. Con una cama pequeña tan quieta y sus ganas de querer arrullar el cuerpecito que la desordene. Entonces la vio tomar un enorme trozo de cartón y comenzar a dibujar en el una pequeña figura de bracitos finos y piernas largas. Con un lápiz de color, pintarle la ropa, detallarle los zapatitos y luego, con gran delicadeza, formarle un rostro. Lo recortó y una vez viendo tanta ternura en las líneas que formaban sus ojos y boca, lo tomó en sus brazos y le cantó una canción de cuna. Camilo vio que ella seguía esperando algo. Lo acariciaba. Pasaba sus manos sobre el cartón como si tratara de calmar a un niño o despertarlo de su sueño profundo. Pero el niño de cartón continuaba sólo siendo eso. Ella lo dejó sobre la cama con mucho cuidado y tomó un trozo de papel. Dibujó un corazón y lo tiñó de rojo. Con un alfiler clavó el corazón de papel sobre el pecho del niño de cartón, sonriendo luego de ver cómo la carita comenzaba a cobrar movimiento y los ojos humedeciéndose por si solos. Camilo vio que el niño la miraba hipnotizado, con el seño triste y unas lagrimas corriéndole por sus mejillas. El cartón de su cara se humedecía con las líneas de su llanto y al caer las gotas, llegaban justo sobre su corazón de papel. La madre, desesperada al ver deshacerse el papel teñido de rojo por tanta humedad, tomó rápidamente otro trozo de papel. Asustada volvió a dibujar un corazón; el niño de cartón había vuelto a ser solo eso. Porque aquí no hay hadas para cumplir sus deseos. Lo recortó y volvió a clavárselo al pecho. Otra vez la vida, pero siempre manifestada en llanto. Cientos de veces Camilo la vio dibujar y clavarle un corazoncito de papel, deshaciéndose cada uno con lágrimas del niño de cartón. Camilo quiso llegar donde ella y preguntarle si a él le pasaría lo mismo por llorar tanto, preguntarle también cómo sanarlo, volviéndolo a poner en su lugar. Pero seguía el sol pegándole en la cara y la micro avanzando. De pronto se cansó de llorar y se percató por el reflejo que él ya no estaba. Se puso de pie y comprobó que definitivamente se había bajado de la micro. Camilo también se bajó y cruzó una calle. Más allá la vio caminar con el niño de cartón. La vio tomada de su manito y quiso seguirla hasta el fin. Camilo le preguntó el nombre de su hijo y la mujer le pidió que él lo nombrara. Camilo sonrió y la madre lo tomó también a él de la mano. El niño de cartón lloraba y Camilo quiso preguntárselo, pero no podía, algo sentía que comenzaba a deshacérsele por dentro.

el espía


Ojalá no descubran este nuevo agujero. Esta puerta del dormitorio es nueva y la madera fue un poco dificultosa. Ya han tapado otros. El único que aun no descubren es el de la puerta del baño. Ese no se nota; lo hice justo en la cerradura que es bastante antigua y sólo debí agrandarle el ojo. Es el mejor agujero: justo enfrente a la ducha. Lo puedo ver entero cuando se mete. Afortunadamente la cortina es un plástico transparente y logro ver todos sus movimientos bajo el chorro de agua. Me aprendí de memoria el orden que tiene para lavarse: siempre comienza por sus brazos y se enjabona las piernas. Se toma tiempo en sus piernas. Sube y baja la esponja desde sus muslos hasta los tobillos. Los pies los sube al borde de la tina para limpiarlos con paciencia. A veces se queda quieto y parece relajarse con el agua cayéndole por la espalda. Tiene la espalda tan grande y tensa que debe imaginarse un masaje cuando afirma su cabeza en la pared y deja que la ducha haga todo el trabajo. Nunca sale antes de unos quince minutos. Por suerte se mete al baño varias horas antes que el resto regrese a casa. Somos sólo él y yo todas las tardes. Cuando abre la cortina, termina tan relajado, que se seca bastante lento, cuidando que ni un rincón le quede húmedo. Tiende a refregarse con la toalla insistentemente en sus partes más velludas y es en ese momento, con su cuerpo justo frente a mis ojos, cuando algo me retuerce el estomago, la saliva se me acumula en la boca y la respiración parece que se me oyera en todo el barrio. Nunca se viste en el baño. Se envuelve con la misma toalla, se mira la cara un rato al espejo y sale directo a su dormitorio. Ahora podré ver cuando se viste. Cuando elige su ropa interior. Cuando se recuesta un rato solamente en ropa interior. Antes podía verlo desde unos agujeros que hice en la pared que separa su pieza con la mía –de mis hermanos y mía, ya que siempre la hemos compartido-. Eran dos a una altura suficiente para verlo de pie sobre mi cama. Desde mi pieza los tapaba con dibujos que pegaba como parte de la decoración. Sólo fue cuestión de suerte que no se percataran, hasta que un día pintaron su dormitorio y los taparon sin preguntar nada. No creo que hayan sospechado algo; esta casa es antigua y ya tenia varios agujeros cuando llegamos a habitarla. Si descubren este nuevo de la puerta, no creo que piensen lo mismo. Pero es perfecta la vista. La cama se ve completa. Los de la pared apenas me dejaban verlos un poco. Cuando él se vestía, no podía mirar hasta más debajo de su ombligo. Estaban justo al lado de la cama. A veces hasta sentía el cabello de mi mamá que se metía por entremedio y me pinchaba el ojo. Este de la puerta no creo que sufra interrupciones; nunca se paran altiro luego de hacerlo. Lo único malo de este trabajo, es que debo hacerlo cada vez que nos cambiamos de casa.

manzanas con sal


Que se calle. Ya van a llegar. Llora tanto y se limpia poco. Me van a castigar. En vez de lavarse, insiste que me va a acusar y me culpa de todo. Que se calle. Aún huele mal. Parece un recién nacido, parezco su mamá limpiándole un pañal. Dice que le duele. Sé que le gustó. Yo no lo obligué. Repite que le duele. Llora porque ya no sólo es café, llora porque se tiñe de rojo. El olor es peor cada vez que se mete al baño. No para. Entra y sale. Vuelve a entrar. Me dice que en el baño mancha más con rojo. Prefiero que el cloro decolore todo. Antes que se enteren, prefiero gastar el perfume. Ya van a llegar. Me dice que le arde. Le gustó y se queja tanto. No puede acusarme. Lo hacia como vimos en la película. Mi polera preferida tendré que quemarla. Ya van a llegar. El olor no se va. No quiero abrir las ventanas. Llora tan fuerte que los vecinos se pueden enterar. Pero aún no se mete a la ducha. Dice que el agua le arde más. Ya no deja que lo limpie. Ya no quiere nada. Se echa sobre la cama. Hasta las sabanas tendré que quemar. Se darán cuenta. Tendría que quemar las alfombras también, pero sería aún más sospechoso. El detergente me raspa, pero ya no tengo olor. Ya van allegar. Al fin detiene el llanto. Qué dirán por tanto alboroto. Se le nota el llanto, se le nota el dolor. Huele aún todo mal. El cloro se mezcló con todo. Y vienen en camino. Le digo que no me acuse, que no le conviene. No me responde. Que para la próxima seré más suave, que no comeremos antes. Que si me acusa, nunca más lo haremos. Pero sigue callado. Qué diré. No me creerán nada. Todo parece un basural. Las moscas. Hay mucha evidencia. Oigo los pasos. Mejor me pongo a ver tele. Está callado en el dormitorio. Abro las ventanas, ellos abren la puerta; pero entran sin preguntar nada. Me miran frente al televisor y entran a su dormitorio. Sólo les dice que otra vez comió muchas manzanas con sal.