martes, 29 de abril de 2014

el espía


Ojalá no descubran este nuevo agujero. Esta puerta del dormitorio es nueva y la madera fue un poco dificultosa. Ya han tapado otros. El único que aun no descubren es el de la puerta del baño. Ese no se nota; lo hice justo en la cerradura que es bastante antigua y sólo debí agrandarle el ojo. Es el mejor agujero: justo enfrente a la ducha. Lo puedo ver entero cuando se mete. Afortunadamente la cortina es un plástico transparente y logro ver todos sus movimientos bajo el chorro de agua. Me aprendí de memoria el orden que tiene para lavarse: siempre comienza por sus brazos y se enjabona las piernas. Se toma tiempo en sus piernas. Sube y baja la esponja desde sus muslos hasta los tobillos. Los pies los sube al borde de la tina para limpiarlos con paciencia. A veces se queda quieto y parece relajarse con el agua cayéndole por la espalda. Tiene la espalda tan grande y tensa que debe imaginarse un masaje cuando afirma su cabeza en la pared y deja que la ducha haga todo el trabajo. Nunca sale antes de unos quince minutos. Por suerte se mete al baño varias horas antes que el resto regrese a casa. Somos sólo él y yo todas las tardes. Cuando abre la cortina, termina tan relajado, que se seca bastante lento, cuidando que ni un rincón le quede húmedo. Tiende a refregarse con la toalla insistentemente en sus partes más velludas y es en ese momento, con su cuerpo justo frente a mis ojos, cuando algo me retuerce el estomago, la saliva se me acumula en la boca y la respiración parece que se me oyera en todo el barrio. Nunca se viste en el baño. Se envuelve con la misma toalla, se mira la cara un rato al espejo y sale directo a su dormitorio. Ahora podré ver cuando se viste. Cuando elige su ropa interior. Cuando se recuesta un rato solamente en ropa interior. Antes podía verlo desde unos agujeros que hice en la pared que separa su pieza con la mía –de mis hermanos y mía, ya que siempre la hemos compartido-. Eran dos a una altura suficiente para verlo de pie sobre mi cama. Desde mi pieza los tapaba con dibujos que pegaba como parte de la decoración. Sólo fue cuestión de suerte que no se percataran, hasta que un día pintaron su dormitorio y los taparon sin preguntar nada. No creo que hayan sospechado algo; esta casa es antigua y ya tenia varios agujeros cuando llegamos a habitarla. Si descubren este nuevo de la puerta, no creo que piensen lo mismo. Pero es perfecta la vista. La cama se ve completa. Los de la pared apenas me dejaban verlos un poco. Cuando él se vestía, no podía mirar hasta más debajo de su ombligo. Estaban justo al lado de la cama. A veces hasta sentía el cabello de mi mamá que se metía por entremedio y me pinchaba el ojo. Este de la puerta no creo que sufra interrupciones; nunca se paran altiro luego de hacerlo. Lo único malo de este trabajo, es que debo hacerlo cada vez que nos cambiamos de casa.

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