martes, 29 de abril de 2014

deditos con caca


De niño que siempre estuve relacionado muy de cerca, más que el común de los niños, con la caca, mi propia caca. Yo tenia 8 años cuando manché mis calzoncillos un día cualquiera; me gustaba aguantar con las piernas cruzadas. Era un placer para mí inevitable aguantar las ganas de hacer caca. Entonces un día a mis 8 años mi papá me descubre. No fue difícil descubrirme, ya que el olor que yo andaba trayendo era muy evidente. Sólo me miró y me llevó al baño, en silencio, había visita en la casa. Su cara de furia era tan reconocible que de inmediato me imaginé un castigo por mi suciedad. Cerró la puerta con pestillo y largó la ducha. No quería que me bañara, sólo la largó para que la visita no oyera el castigo que ya había maquinado en su creativa cabeza de papá. Fue entonces cuando sin ningún golpe de por medio me dice que me quite el pantalón y el calzoncillo. Que esta vez no me iba a pegar, sino que me iba a enseñar de una forma más eficaz para nunca volver a hacerme caca en la ropa. Cuando ya tenia los pantalones en el suelo y mis calzoncillos sobre ellos, me dice que los tome, que se los muestre para saber qué tanto me había hecho. Yo tomé con miedo mi calzoncillo, no sabia que se tenia en mente hacer conmigo, pero algo terrible se venia. No me pidió que me metiera a la ducha con agua fría como otras veces. No me golpeó con la manguera de la lavadora ni me habló de Dios con rabia en la boca. Sólo me dijo que oliera, que oliera de cerca mi mancha de caca, que me acercara mi calzoncillo a la nariz y supiera de cerca el olor de mi caca. Yo temblaba de frío y de miedo y no acercaba nada a mi nariz. Sólo lo miraba a él por segundos y bajaba mi mirada al suelo, sin saber qué hacer. Volvió a darme la orden y yo seguía sin moverme. No quiso esperar más, mi mamá de afuera le decía que la once ya estaba lista y que el pancito se enfriaría luego. Entonces me quita el calzoncillo y como quién obliga a comer a un enfermo, me refregó la parte sucia de mi calzoncillo sobre mi boca y nariz mientras me decía que probara que probara la mierda que tenia enfrente y que nunca más lo vuelvas a hacer para que nunca más porque es un asco y una vergüenza que tan grandecito y aún cueste llegar al baño. Por primera vez había probado caca, mi propia caca y nunca creí que su sabor no iba a ser tan terrible al fin y al cabo. E n el fondo yo estaba agradecido de su novedoso castigo y haberme ahorrado el llanto después de sus golpes o la ducha fría a esa hora. Mi caca fue un agrado ante esa posibilidad. Más me molestó la fuerza con la que me refregaba el calzoncillo en la boca. Mi papá se lavó las manos y me dijo que me cambiara de ropa. Yo me quedé en el baño un rato más y me percaté que tenia un poco de caca entre los dedos y mis uñas. Me miré los dedos y así mismo me los he vuelto a mirar cientos de veces ahora que estoy más grande. La caca ha formado parte de mi vida desde muy niño y ahora ya he probado distintas cacas gracias a los chicos que adoran cuando les chupo el culo. Es un mismo sabor en casi todas las cacas, sólo varía un poco en realidad. Hay, como en el semen, una caca más dulce que la otra, pero abstrayéndose del asco que debiera dar, no es tan terrible. Y uno ya se siente atraído, al menos yo, con la caca del otro. Que haya caca cuando las ganas se ponen bien calientes, me provoca la sensación de estar involucrándome aún más con el cuerpo de esa persona y, lo reconozco, me calienta de vez en cuando lamer un resto que nunca nadie quitó.

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