martes, 29 de abril de 2014

agustin y lucas


No sé nada sobre él. Su enorme cuerpo blanco lo conozco entero. La medida de sus 20 dedos me los aprendí de memoria. El tiempo que lleva pagándome apenas ha podido servirme para memorizar sus centímetros, desde el diámetro de sus bíceps hasta los milímetros que separan sus arrugas en la frente. Pero no sé si realmente se llama Agustín, nunca he querido preguntarle en qué parte del barrio alto vive ni si es casado o soltero; nunca me ha dicho si sólo le gustan los chicos. Sobre su gusto sólo creo saber que prefiere que se lo meta fuerte desde el primer instante hasta que ya no aguante más.  Porque dice que le duele mucho, pero lo aguanta y así le gusta siempre que me llama. El jugo de frambuesas y arándanos son sus preferidos, con 2 hielos y siempre se toma 3 vasos antes de recostarse junto a mí. Me dice que le excita mucho cuando le muerdo los bíceps. Lo noto cuando gime: es aún más grave el sonido que le resuena en la garganta, casi gritando y me mira mientras clavo mis dientes en la dureza tibia del brazo, siempre tan tenso y atravesado por venas gruesas.  Cuando se monta sobre mí pareciera que una bestia agitada quisiera asfixiarme. Su peso me vuelve adicto y la tensión con la que me abraza parece estar siempre al límite de la estrangulación . Lo quisiera como una visita diaria, pero debe tener sus asuntos, quizás una familia o tal vez otro chico que sí sea su enamorado. Me gusta creer que conmigo lo pasa mejor que con él. Pero ni si quiera sé si ya tiene algún romance. Si fuera por los centímetros suyos que memorizo, no sabría nada, absolutamente nada de él.

Hoy soñé con su enorme culo. Soñé que me metía entero y por dentro podía medirle los diámetros de su concavidad. Agustín disfrutaría mucho tenerme completamente adentro suyo. Siempre me dice que lo meta más fuerte, como si fuera a partirlo y desarmarnos para quedarme pegado a sus vísceras. Me lo dice y yo no quiero parar. Hoy también no quiero detenerme encima de él, pero los miércoles no son días que me llame, Lucas ya está agendado y no podría fallarle; ha sido muy amable conmigo este último tiempo.
 Lucas ya casi ni me toca, sólo quiere escucharme. La cantidad que paga es suficiente como para hablarle de lo que pida por 2 horas. Pero sé que mientras le relate cosas a Lucas, Agustín estará al revés de mi frente, pegado, adherido con su cara de alemán cansado. Sin embargo, Lucas me entretiene. Seguramente llegará cansado porque su familia lo tiene estresado con la idea de unas lindas vacaciones. Me dijo que quieren salir de país para viajar por varios otros. No se queja de plata, sino de tantos días que tendrá que soportar los caprichos de su esposa y las mañas de sus 6 hijos. Le incomoda que vaya la nana con ellos, pero al menos, me ha dicho, que no será tan pesado, aún más pesado, cargar con toda esa responsabilidad de jefe de hogar fuera del país. 
Lucas es más relajado, a pesar de su condición “heterocomediante”, como se dice, no tiene problemas con hablarme de su vida matrimonial y los momentos paternales justo ahora que 3 de sus hijas son ya adolescentes. Es un exigente. Con su mujer lo es y sobre todo con las niñas. A veces le pregunto si su esposa sigue dispuesta a tener más hijos. Son jóvenes y parecen tener un mega proyecto familiar que, a su gran pesar, pretende aumentar cuantitativamente la familia.


Me acaba de enviar un mensaje. En 5 minutos estaciona el auto y sube. Una música ni tan reactivante ni muy somnolienta pide siempre para poder conversar. El pelo me lo debo echar hacia atrás; dice que le gusta verme cada expresión del rostro cuando le converso. Una vez me dijo que mis cejas eran cercos que no le permitían desviar su mirada de mis ojos. A mi me pone nervioso a veces. Aun después de tanto tiempo, que insista con mis ojos me pone un poco tenso.
El timbre es tan molesto y lo toca 3 veces, como si existiera una clave tacita entre los dos. Me miro un minuto antes al esspejo. Ni una sola chasquilla sobre la frente y la sonrisa muy fresca. Le abro la puerta y me entrega una caja parecida a caja de zapatos. Seguramente pensó en este verano y la nueva vestimenta con la que querrá pasearme luego por alguna playa, como me ha dicho. Son unas sandalias que me trajo de Quito. Rasgo aun más mi sonrisa fresca y le invito un té. Se sienta siempre al mismo costado derecho del sillón, observando una microbiblioteca que tengo a una esquina del departamento.
-Debí traerte libros. O al menos un libro y el par de sandalias; tu librerito sigue igual, con los mismos ejemplares de hace un mes.
-Leo en el computador. Me basta el PDF. Pero sandalias y libros son buenos regalos.


Me mira las manos que no las dejo de entrelazar dedo con dedo. Nunca sé cuándo quiere comenzar la conversación pactada o si ya la hemos iniciado al momento de abrirle la puerta. No estoy seguro si quiere hablar de libros y sandalias, de los regalos posibles para mí y su insistente presunción de poder regalarme lo que sea. Pero revuelve por tercera vez su taza de té y me siento a su lado. Le agradezco con un beso en la mejilla por el regalo y me pie disculpas.
-Yo creo que debe incomodarte que siempre te hable de ella.
-Claramente no soy tu psicólogo ni quiero serlo, pero dime; jamás me han aburrido las historias familiares. Hasta me hacen reír.

Se bebe el ultimo sorbo de té de una vez. Deja la tacita en la mesa improvisada de centro y pone su mano en mi rodilla izquierda. Me acaricia la rodilla. "Me gustan tus pequeñas rodillas, Camilito”. Es lo único que dice sonriendo. Esta vez tiene la mirada menos dirigida y algo más acuosa. Le brillan mucho y la nariz se le parece irritar. Prefiero pasarle un pañuelo desechable “Porque quizás la alergia de verano te tiene congestionado”. Sin embargo, y sacando su billetera del maletín me muestra una foto rota.
-Me pilló. Me pilló pero creyó hasta el final que era por otra mujer. Yo no le quise decir que no era otra mujer. Pero pensé que la vería mucho más destrozada si le contaba lo nuestro. Vio mi mail. Leyó nuestros mensajes y, como hemos cuidado la pronunciación de tu genero en cada mensaje, no sospechó si quiera que me gustaba un chico de la misma edad de Bastiancito, con más cara de bueno y más cariñoso. La pobre lloraba desconsoladamente ¿Tú sabes cómo llora una mujer desconsolada? Quizás con tu mamá lo has comprobado, porque Emilia llora igual que mi madre cuando mi padre amenazaba con irse de casa. ¿Te imaginas qué sentí cuando me dijo que le avergonzaba que yo fuera el padre de nuestros hijos? ¿te imaginas que podría sentir un padre?
-Mi padre obligaría a mi mamá a perdonarlo porque debe estar seguro que sin él todo se va a la mierda. Mi madre lo ha dicho y yo les creo. Son unos hiperdependientes.
-No.
-¿No qué?
-Ni obligarla a perdonarme ni llanto de mi parte ni si quiera una sola suplica de silencio para explicarle mejor las cosas. En un momento me dijo que me fuera de casa, pero luego se arrepintió. ¿Sabes lo que se me vino a la mente durante esos minutos antes de que se arrepintiera de echarme? Quizás qué vas a pensar de mí, Camilito, pero es la verdad y sabes que contigo me gusta la verdad.
-Cuéntame nomás.

Sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo del pantalón y encendió torpemente, un poco tembloroso, hasta que pegó una profunda bocanada. No quiso mantener su mirada en la mía y la clavó en sus lustrosos zapatos de charol en punta.
-Quise correr de esa casa. Quise aferrarme a las llaves de mi auto y partir donde sea. Alejarme de esa casa, de sus llantos, del quejido próximo de los niños al darse cuenta. Quise venir donde ti y contarte todo esto, pero además y, por sobre todo, tratar de que me entiendas, quizás sólo desahogarme, con esta enorme necesidad de huir de casa, sin hijos, sin esposa, sin vacaciones de verano, sin nada más que la mierda que me da vueltas en el cerebro y, por supuesto, poder verte más seguido, sin tanto cuidado. Pero lejos, muy lejos de la ciudad, de hecho. ¿Irías conmigo?


Debía ya ir en busca de más té, pero antes de levantarme le dije que lo debía pensar. No quise pensar nada en el trayecto y sólo le serví su té para decirle que en un rato más hay una linda obra de teatro cerca del departamento. Le conté un poco de qué se trataría y sonrió al final de mi propuesta. Sacó su billetera nuevamente, pero esta vez sin fotos de por medio, sino, más bien, la cantidad acordada por este momento. Volvió a sonreír y me dijo que lo lindo que me veía hoy. Comenzamos a conversar de nuestros gustos por el teatro y sobre una obra que no costaba más de mil pesos ir a ver.
-Eres el único que me distrae de tanta mierda familiar. Ya te tengo tanto cariño.

Guardé los billetes, estirados como me gusta, entre un libro que ya no leo desde el colegio.
-La obra dura un poco más de hora y media y acá ya llevamos varios minutos, así que ya sabes…

Sonrió nuevamente, me acarició el pelo y volvió a abrir su billetera. Nos pusimos de pie para salir de una vez por todas y mi celular no tenía ni una sola llamada perdida de Agustín. A Agustín le gusta poco el teatro, pero tenerlo ahí tan próximo sin mucha luz y nada más que los actores dialogando, me hubiese parecido una escena más en medio de las otras, pero mucho más erótica y menos distanciada de los espectadores. Lucas sólo me entretiene con sus dramas caseros y lo extraño que le parecen las cosas que lo invito a ver. Ya mañana, quizás, Agustín quiera llamarme para morderle una y varias veces más su bíceps que tengo perfectamente medidos y memorizados. Lucas enciende el auto y me besa la frente. “Olvidémonos del güeveo familiar; ese otro teatro que dices debe ser mucho más divertido y menos complicado”. Tiene aún la vista cristalina y la nariz algo irritada. Respira profundo constantemente. Debe ser que lo avergüenza pagarme por, prácticamente, verlo llorar en cada cita.


2 comentarios:

  1. Pobre ser. Me he encontrado tantos así, que pagan por la compañía y el ser escuchados... Pobre alma errante. Al menos tiene dinero, aunque sea artificialmente, no está tan solo.

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  2. Por que pobre. Cada uno tiene sus propios problemas, y sus formas de sobrellevarlos. Esta bien mientras funcione, y a lo que deja deja de funcionar, se buscan nuevas formas de tener un poco de felicidad, o tranquilidad, o paz. Somos felices en la medida de lo posible

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