martes, 29 de abril de 2014

el viejo agustín

Se transformó en una leyenda para los putitos que oímos de él y pudimos servirle en algún momento. Era un monstruo gordo, anciano y sidoso. Su espalda repleta de heridas secas, algunas frescas, abiertas. Sarcomas de su etapa ya avanzada de la supuesta enfermedad. Una toz profunda y viscosa a cada instante. El viejo Agustín algo tenía qué ver con la Corte Suprema, decían. Decían también que llevaba muchos años haciendo lo mismo. Que ya los putos que hoy superan los 30 años (los séniores) le sirvieron cuando recién comenzaban esta labor, muchos con 16 recién cumplidos. Recuerdo mi primera vez con él. Recuerdo que lo primero que me dijeron fue que él no me iba a tocar, que yo no debía si quiera acercarme a su monstruosidad. Éramos 4 chicos no mayores de 20 años, con la apariencia incluso de adolescentes: debíamos ser lampiños o estar perfectamente depilados, al viejo Agustín no le agradaba ni una huella de adultez en sus putitos. Recuerdo la cama circular y nosotros sobre ella, devorándonos frente a la mirada cansada del anciano gordo que ya había desembolsado una gran cantidad de dinero por vernos, desde su silla en una esquina de la habitación, desnudo y fumando, cómo nosotros nos chupábamos y penetrábamos por todos lados. Éramos su porno de jovencitos calientes en vivo. Él dirigiendo desde esa distancia con su voz ronca y autoritaria todas nuestras posiciones e intensidades. Al viejo Agustín le dijeron que yo tenía 17 años y recuerdo tal cual esa cara de placer al decirme que no me creía, que le dijera la verdad, porque simplemente pensaba que mi edad era mucho menos. Camilo para él fue un nombre que siguió oyendo varias sesiones más, pero nunca recordando las anteriores. Para el viejo Agustín siempre fui el nuevo, todas las sesiones eran mis primeras en su memoria atrofiada y esa toz viscosa y desgarradora se volvió parte de esa musicalidad pornográfica que dirigía ordenándonos todo el ritmo de su porno en vivo. Atender, servirle al viejo Agustín fue un placer fabuloso. La fealdad que contenía sentado a una esquina contrastada con la carne fresca de todos los putos que mandaba a llamar (a veces por más de 3 horas) era digna de una obra de Pasolini. Quizás el viejo Agustín fue fanático de esas lecturas y si su enfermedad no se lo hubiera llevado tan pronto del ficticio mundo de la prostitución -dicen que murió-, habría querido vernos comer de nuestra caca, bañarnos en nuestra orina y hasta golpearnos, todo dirigido desde su silla majestuosa en ese rincón, disfrutando cómo sobre la cama circular un grupito de putitos aparentemente adolecentes obedecía, calientes…, obedecíamos ardiendo, frotándonos. Recordarlo es recordar mi primera fascinación con mi nuevo “trabajo”, saber lo mucho que podría ayudar una creatividad sucia. El viejo Agustín fue el primer monstruo que me pagó, mi primer monstruo preferido. Su leyenda quizás genere literatura, quizás.

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