martes, 29 de abril de 2014

mi esclavo


Que me haya pedido mantenerlo amarrado durante 40 minutos y escupirle la cara mientras le golpeaba el culo con mi correa, la que uso para afirmarme el pantalón del colegio, me pareció bastante delicioso.
Tenía los cachetes rojos. Daba la impresión que le ardía y me pedía aun más. Me pedía, además, que aumentara la fuerza de los correazos y que se los diera con la hebilla, directo, sin pausas hasta que le sangrara. Le sangró el cachete izquierdo. Su culo pálido le hacia ver aun más intenso todo el rojo de su piel, todo el rojo de su hilera de sangre bajándole por el muslo hasta manchar las sabanas. El motel debe comprender para lo que se presta, así que seguí golpeándolo. Las sabanas, más encima, eran blancas.
-Es que cuando yo iba al colegio, siempre fantaseé con que mis compañeros me violaran, pero solo se burlaban de mi gordura y nada más.
Fuma aceleradamente. No me mira a la cara. Pone sus ojos en mi corbata, en mi mochila que esta a mis pies y luego me señala una gota  roja en el cuello de mi camisa. Tengo que contarle que ando con otra camisa. Le pongo cara de preocupado, un poco de susto. “Ojalá que no me pille la manchita mi mamá”. Y de inmediato se lanzó al suelo, de guata, rogándome que lo castigue, que le enseñe a no manchar ropas ajenas con su inmunda sangre.
Patadas en sus piernas, costillas y los ojos blancos.

-En tu colegio deberías hablar de mí con tus compañeros. Podrían venir en grupo un día a molestarme, a jugar un poco conmigo. A veces me dan ganas de volver a engordar para que me molesten como antes, por asqueroso y hambriento. Pero cada día adelgazo más.

Siempre deja los billetes perfectamente doblados en 4 partes. No se baña y prefiere que yo salga primero de la habitación. Espera 10 minutos y sale. Me encuentra siempre en el paradero. Yo lo espero en realidad; tengo bastante claro que querrá irse conmigo en la micro para seguir conversando de su niñez obesa en el colegio y de los distintos escolares que se suben y se bajan.
Me mete los billetes en el bolsillo de la chaqueta. Toca el timbre. “Que te vaya bien en el colegio, Cami”. Y se baja sonriente por atrás, muy despacio, desviándose de inmediato con los niños que en la calle cruzan la calle.
Se pierde. Me pregunto qué hará luego de seguir a esos chicos. Saco mi celular y respondo el mensaje de Manuel. “A las 8 en tu casa. Lo mismo de siempre. Voy de escolar”

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